sábado, 11 de mayo de 2013

Instantáneas ┼ The Aurora - Mr. TSO


hielos del sol, glaciaciones de lo imposible, icebergs de la sinceridad - Patagonia 2013


Fríos

¿Qué queda de esa ausencia?¿A dónde se esconde la angustia del abandono? ¿Qué raros conjuros convocan a los sacerdotes de las sombras tristes, de los sueños sudorosos? ¿Qué ritos exorcizan la ansiedad de ver en todas las nubes la misma carencia despejándose? ¿Para qué la razón, para qué la racionalidad, el conocimiento del vacío propio, la lectura de las dermis existenciales, para qué tanto lenguaje intentando apagar un fuego que lo evapora en sus llamas constitutivas? ¿Cuáles son las palabras que combaten esa guerra de silencios? ¿Cuáles los cerrojos de sus círculos más profundos, más intensos? ¿Qué mapa permite salir del laberinto? ¿Cómo interpretar una brújula traicionera, una guía intraducible? Siberia no es un lugar, es un verbo. El exilio siempre es un encuentro con el espejo. La otredad una comunicación incompleta, un paloma mensajera que nunca vuelve. Los fríos crecen debido a las empatías imposibles en la condición del  alma congelada. Nunca atrofiada, sobre-educada en luchar. La sensibilidad no supera las preguntas. La acción genera un nuevo frío en los huesos, un susurro del miedo paralizante, su traslación. Fragilidad es asumir que las acciones tampoco son respuestas. Las respuestas nunca llegan. Los interrogantes son puentes que pueden volver a cruzarse una y otra vez con la misma sensación, con la misma tormenta, con los mismos ojos ante el sol muerto, con sus mismos ecos de luz y sus rayos golpeándonos ya fríos.

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La medina 

Pasillos de mercaderes, colores del laberinto, una deidad que siempre pide más, rodeando la mezquita con ofertas de salvación, con capitalistas de regateo, con té verde que se adjunta a la negociación de un fakir enriquecido, con espejos de soles y arenas de un Sahara civilizado. Así es imposible salirse del espiral, fumando la narguilas del deseo inicial. El Che, compatriota parasital, siempre está por ahí, junto a escorpiones disecados, víboras resecas y mariposas estaqueadas. La industria cultural del magreb occidental. Emoción de la dialéctica musulmana. Lluvia excepcional, cofres de pesuña de vaca, cuero de camello de única joroba o misterioso desierto que llevamos en las sombras. Figuras oscuras y cargadas entre círculos de carencias en los pasillos secretos de lo incidental. El limbo es un lugar donde el comerciante te invita a pasar a su casa para venderte a sus hijas vírgenes. Las mujeres lejanas, huidizas, vestidas hasta las manos. La medina es la vida circular, tortuosa y fascinante, injusta como la tradición misma, un sueño roto de un Dios experimental. Mujeres y niños corren de la mano, heredero de siglos de opresión en el lenguaje de la tradición. Todo un proceso menos profundo que inaccesible. Y entre los pasillos, puertas, arcos de luz. Muchas puertas son azules, el patrón se respeta con ventanas azules, legales y paredes blancas, enanas. El azul es legal. El blanco es moral. Y allí está la antigua Biblioteca Nacional, cerrada, perdida y algunos símbolos políticos de una rebelión fallida que prometía. Un gorro rojo construido por las manos de un orfebre con un ojo en blanco y callos secos, manos de sal. El mediterráneo como un desierto, ese mar sin ningún oasis de roja intensidad.

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Azul y verde

En una habitación azul, un foco gastado vibra su luz verde que dibuja musgos en todas las paredes. Todo verde agua y la humedad hasta en la luz. Se huele el musgo de la luz, el río en el revoque. Cortinas, muebles, azulejos se tiñen. La luz verdosa vibra con tristeza y dos mujeres tensas hablan en la cocina. El nene se queda en un sillón. Esto no es bueno. No entiende nada pero entiende eso. Están hablando de amenazas, están hablando de que alguien puede matar a alguien. Una mujer sabe mucho de visitar comisarías para denunciar la violencia circular que no puede evitar y teme por su vida. Boomerang policial. Está averiguando con otra mujer, una mujer en la casa azul, si se puede mandar a matar a alguien y comprar la impunidad, pagarle a la policía. La plata todo lo puede. Teme por su vida. ¿Qué hará? Todo en la habitación azul, con luz verde, en el sillón verde, él todo lo ve. Y todo lo ve, entre azul y verde. Clavado, nervioso, en ese sillón. Y todo lo bebe, lo hará sangre, lo evaporará en sudor. Esa noche de grillos tensos, de emociones de cascarón. Ambos siguen a seis cuadras de la casa. Salen a la calle. En el mismo barrio de calles de tierra,  de charcos fáciles, de caños rotos, de cordones cunetas que prometen más. Las calles no tienen luz salvo en las esquinas. Pocas casas tienen luz ni generosidad a estas horas. Otras arrojan tantas sombras como ladridos. También risas, aplausos, volumen de la televisión o gritos de una madre en la mesa familiar. El futuro tiene una luz en la esquina, y a veces los muchachos del bar empiezan a tirarle piedras. A veces, hasta el nene tiene unas confusas ganas de hacer una oscura mitad de cuadra en cada esquina de su porvenir.

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Barriletes

La historia de siempre. Estoy en el arco. Ellos patean a fundir. Y siempre atajo la pelota con la cara. Parece a propósito pero siempre me pega en el medio de la jeta. Lo festejan. Siempre la paro. De hecho, más allá del dolor, todos me reconocen como un buen arquero. Mis tiempos serán otros. Mientras estoy en el arco, dibujo barriletes. Empiezo con un rombo, sigo con una soguita para que funcione y llevarlo para un lado y para otro. Rombos con estela, una cola y un piolín. Siempre frente al arco los dibujo sobre la tierra, mientras la pelota está lejos, del otro lado de la cancha del baldío, por donde debería pasar la ruta. La ruta por la que el municipio pagó a todas las familias pero nunca se fueron, nunca hubo ruta. Siempre la amenaza del desalojo. Un club del miedo, una sociedad de fomento de la amenaza. Construir en el camino. Vivir en la ruta fantasma. Los vientos, no los municipales, hicieron volar el polvo y los barriletes, y el tiempo también se construyó. El baldío se edificó y las pelotas fueron a los pies, donde siempre las tenemos, nunca más a la cara. El arco se ensanchó. Las enormes toscas que hacían de palo deben haber cimentado a la Escuela que hoy ocupa el terreno de la cancha. Seguro por ahí se sigue pateando a fundir. Nos siguen pateando a fundir, siempre atajamos. De hecho, me reconocen por mis rombos que vuelan, por fundir los arcos, por atajar las raíces, proyectar los caminos, por jugar fuerte como en ese baldío existencial, hoy edificado en el olvido. 

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Domar los árboles

La noche grita arco iris silenciosos mientras el viento doma los árboles y los acaricia geométricamente marcando sus ramas, doblegando sus rebeldías estéticas y administrando sus formas en sombras y suspiros de la oscuridad. Y allí ellos, caminando ese bosque otoñal de miedos brotados y pesadillas rancias pero recurrentes, de voces que hablan en sus incertidumbres, de proyecciones de ojos de cuervos paternales, de halcones de exigencias, de velas que expiden expectativas familiares, de roles a cumplir, de certezas en los horizontes de una predecible cueva. Los senderos de las inseguridades en cada línea natal de las manos, los hace separarse para que los troncos tapen las raíces del dolor que canta como un lobo en celo por una luna que llora ríos de velas ardiendo. Los colores de la noches, las estelas de la mañana, la niebla de las dudas, la auroras de su perfume todavía acompaña sus pasos en las aguas de una tormenta paranormal. Todo mañana será una selva incontrolable frente a la comodidad del control zoológico. Ferocidad controlada, libertad exprimida en un jugo mentiroso o libertad en una despedida sin aura amorosa, sin halo feroz. Todo se le olvidó con el tiempo salvo ese arte natural que el viento le enseñó, domar los árboles, adorar el ciclo primaveral de las cenizas y el polen de las flores de un  fénix vegetal donde se paran todos los sauces de fuego para nutrir su manantial de savia animal.

1 comentario:

  1. (bienvenidas las instantáneas)

    Derrumbes
    Estamos, sin más, en proceso de cambio. Dicen que tirarán abajo el edificio viejo. Que no tenía cañerías. Que se caía en cualquier momento. (A mí me suena a cuento). Una tropilla de insolentes con casquito entró sin más con sus permisos, esgrimiendo un plano como bandera (tan pero tan a corto plazo). Se habló de sobredimensionar un ala, de estandarizar un eje, de aligerar unas vidrieras. Se oyó piquetas y martillazos. Espasmos cadavéricos. Remover de polvo más polvo en un lugar donde, se creía, serpenteaba el aire fresco. Ahora, que todo se derrumba, atónitos de velocidad y anzuelos, transcurrimos macilentos, flemosos, sin poder llegar a articular el agradecimiento a esto, al ejercicio, al caso omiso, a la más que ensordecedora ágil velocidad. Porque, si de velocidad se trata, con más abismo combatiremos el vértigo. Flotar y flotar, planeando entre destierros. Debo aprender esta vez. Agradecer el esquivo golpe de cadera que me deja en babia. Abrazando el aire.

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