ciega por las injusticias - Feria Slaughterhause 2012 |
Nota de Diana Cohen Agrest sobre Castigo, (in)justicia y retribucionismo, acá. Cabe comentar que la autora, aunque habitual columnistas, después de un hecho muy trágico a nivel personal empezó a escribir varios artículos en LN sobre Justicia como un tema por lo que cabe leer para (intentar) entender desde qué lugar se escribe: el dolor por la pérdida de su hijo, acá. Acá están todas las notas y resaltan estas dos "El caballo de troya de la justicia" y "El desamparo de las víctimas".
Obviamente se respeta el sufrir de la perdida y uno debe hacer un esfuerzo para entender, con los límites que tiene la empatía humana y lo indecible del dolor ajeno, porqué se escribe lo que se escribe. En contraste, es la convicción razonada y justificada la que hace pensar que ciertas respuestas son contraproducentes y generan más dolor injustificado tanto a nivel social como individual.
Transcribimos y (más tarde) comentamos más abajo.
Los permisos para que los presos tengan salidas transitorias
Si no hay castigo, no hay justicia
Por Diana Cohen Agrest | Para LA NACION
Desde siempre, las sociedades humanas presentan constantes naturales: todas reprueban social y penalmente el quebrantamiento de las normas. Desertor de los valores que sostienen el entramado social, el delincuente es aquel que transgrede la ley positiva históricamente situada. De allí que salvo condiciones excepcionales -guerras y revoluciones-, la protección ante la delincuencia es la intervención de la ley positiva en una dimensión moral que se puede calificar de universal: no provocar el sufrimiento del otro.
Dicha interdicción se instauró tras el reconocimiento de que el delito es consustancial a la condición humana: no es por azar que el relato del Génesis, tras narrar la expulsión del Paraíso, prosiga con el crimen inaugural de Caín perpetrado contra su hermano Abel. Según la narración bíblica, un Dios omnipotente castigó al victimario con una marca en su frente, estigma que lo preservaría del castigo humano y que acompañaría el derrotero existencial de Caín.
Antes de la celebración del hipotético pacto que fundó la sociedad civil, los particulares vengaban por su propia mano la afrenta sufrida: el hombre se cobraba el mal perpetrado por otro hombre. Con el devenir de la historia, esa oportunidad le fue arrebatada a la víctima y fue delegada en los poderes públicos -eclesiásticos y luego civiles-. Manos humanas que, en la Argentina que nos duele, las más de las veces son ajenas al dolor de la pérdida e indiferentes a la escisión definitiva e irreparable instaurada por la muerte de quien amamos.
En una interpretación disparatada de la Constitución Nacional, hoy asistimos a la propuesta (sin duda, innovadora en el mundo, también en esto somos "los primeros") de que los presos gocen de salidas transitorias "culturales" con el fin de "militar" (paradoja del lenguaje, pues si hay una palabra que carga en el imaginario social con una suerte de pecado de origen es esta expresión hoy sintomáticamente resignificada). Además de los intereses en juego, este empoderamiento del delincuente invierte el orden simbólico y, en un mecanismo de admiración inconsciente, celebra al victimario, quien es, al fin de cuentas, el ganador que "pudo" con la víctima, mientras que la víctima es el fracasado. Porque es mejor identificarse con el triunfador, quien se animó a hacer -y triunfó en su "ejecución" (¡otra paradoja!) de un acto que, según parece, anida como deseo en el inconsciente de muchos.
Los ideales que sustentan la laxitud normativa -rebajados a una presunta rehabilitación del convicto- son desmentidos por el alto porcentaje de reincidencias. Por supuesto, si por "rehabilitación" se entiende "resocialización", esto es, la oportunidad de volver a vivir en el seno de la sociedad y de continuar delinquiendo, esa asimilación semántica implicaría que la "resocialización" y el vivir del delito no serían mutuamente excluyentes, lo que se da de hecho en las políticas vigentes de excarcelación de delincuentes.
Fundándose en una teoría agnóstica del castigo que parte de la premisa de la ineficacia punitiva, en particular, de la pena privativa de libertad, se alega que la excarcelación es una de las vías propiciadas para descomprimir las lamentables condiciones de la realidad penitenciaria. Pero es una inconsecuencia lógica argumentar que porque las penas no disuaden del delito, deberíamos eliminarlas (porque las penas alternativas son un eufemismo, no son penas).
Esta inconsecuencia descarta otra posibilidad: mejorar el sistema carcelario y, fundamentalmente, en los casos de delitos en contra de la vida o de la integridad de las personas, imponer penas proporcionales a ese delito. El experto canadiense en seguridad Irvin Waller, en una nota publicada en LA NACION, señalaba que "en Bogotá se logró reducir fuertemente la tasa de homicidios en un plan que fue mantenido por tres alcaldes. Primero es necesario el diagnóstico. Y ése no es un tema de la policía porque se necesita una planificación general del Estado para dar respuestas efectivas. Allí se focalizó, al principio, en el control de las armas de fuego, el acceso al alcohol y las condiciones de vida en los barrios de mayor violencia, además de luchar fuertemente contra los crímenes de venganzas de sicarios y proteger a las víctimas de delitos. Los resultados muestran que el éxito es posible". Sin una férrea voluntad política de luchar contra el crimen cotidiano y una transformación de las causas sociales que lo cobijan es imposible recuperar el tejido comunitario. Ese es el desafío que nos espera como sociedad.
Quienes persisten en seguir modelos noruegos o finlandeses, sin embargo, descartan una segunda dimensión del castigo, la retributiva. En las páginas de Sobre la justificación moral del castigo , Eduardo Rabossi declaraba que mientras quienes defienden el poder de disuasión de la pena afirman que se castiga para disuadir al delincuente o a otros de continuar delinquiendo, en cambio, quienes defienden la tesis retribucionista sostienen que el castigo en general se justifica porque el ofensor cometió un delito. El castigo es entonces el resultado de aplicar una norma en la que se estipula una pena para cierta clase de actos, y aplica dicho castigo a un caso particular. Pero allí se hace una distinción entre el legislador y el juez. Si se toma en cuenta la ley penal, "cuando el legislador establece que determinado tipo de acciones deben ser penadas con tal o cual castigo, mira hacia el futuro y si tiene presente hechos pasados, sólo es como motivación de su proceder". En cambio, concluye Rabossi, cuando el juez aplica una sanción mira hacia el pasado, porque "lo que le interesa es determinar la culpabilidad efectiva del supuesto ofensor", y si mira hacia el futuro, por ejemplo al efecto reformador que pueda tener la pena, "sólo es como algo derivado de su culpabilidad". En lugar de sacrificar uno de los dos criterios sancionatorios clásicos, ambos se reconcilian en el justo castigo.
De la Justicia pública siempre se esperó, cuando menos, que el mal cometido nunca llegara a ser conmutado. Jamás se espera que repare aquel mal intrínsecamente irreparable (el homicidio o la violación no son condiciones que puedan remediarse), ni tampoco se espera que cometa un nuevo mal (tal como sería la tortura).
Sin embargo, la Justicia pública desprecia la lógica retributiva que gobierna todas las otras actividades humanas: la retribución se ejerce tanto en la economía basada en la noción de intercambio como en la política fraguada en las lealtades y hasta en el intercambio cotidiano de regalos o favores. Pero suele ser descartada en la ejecución de la pena cuando se exonera al victimario de su cumplimento. Demonizando cualquier atisbo de un presunto "afán vindicativo", se contradice esa lógica inherente a la condición humana, conmutando la pena y, en el mismo gesto, burlando la buena fe de las víctimas sobrevivientes que han renunciado a devolver personalmente un mal con otro mal.
Cuando el Estado expropia la venganza, se compromete a sustituir su función primordial. Si ese compromiso no se cumple, el Estado es un Leviatán que destruye los lazos comunitarios una y otra vez desgarrados por el dolor de una impunidad que, en el mejor de los casos, nutre el sentimiento de impotencia, y en el peor, el horror del resentimiento. Ese mismo Estado omnipresente en la persecución de los ciudadanos es ejecutor, por omisión, de esas miles de vidas expropiadas por un sistema inerme que no cuidó de lo más valioso y, frente al dolor de lo irreparable, responde con la negación, el silencio y el olvido.
El filósofo Paul Ricoeur señalaba una rigurosa sucesión de conexiones: donde hay normas sociales, decía, "hay posibilidad de infracción; donde hay infracción existe lo punible, ya que el castigo tiende a restaurar la ley al negar simbólica y efectivamente el daño cometido en detrimento del otro, la víctima. Si el perdón fuera posible a este nivel, consistiría en levantar la sanción punitiva, en no castigar allí donde se puede y se debe castigar. Esto es imposible directamente, pues el perdón crea impunidad".
Donde no hay castigo, no hay orden simbólico y donde no hay orden simbólico, no hay justicia.
Como una impostora, se instaura una injusticia alentada por los mismos que nos prometieron otra historia. Esa historia que hoy se inscribe en el borramiento del mal cometido, en la exaltación de la transgresión, en el aniquilamiento de los valores más elementales, en un vaciamiento del entramado simbólico que sostiene el entramado social.-
☛☛ A ver. Alguna notas sobre el texto:
1. Lo primero que hay que decir es que puede haber reproche sin castigo, reproche sin prisión y reproche sin dolor.
2. La idea del reproche puede ser más civilizada que el retribucionismo del dolor y del castigo como justicia.
3. Quizás perdonar no es igual a dejar impune ningún hecho. Quizás el perdón puede llevarse de la mano con reprochar sin castigar y eso no implique olvidar. Reprocho dolo o culpa, pero no castigo con dolor. Perdono pero no olvido. Quizás reprochar sin castigar y perdonar después de reprochar (simbólica o fácticamente) pueda ser una vía de reconociliar esos planos para no caer en el retribucionismo del dolor, de la pena y del castigo inhumano que es la cárcel.
4. Sin duda, las cárceles generan y generarán -mientras sigan así o directamente sigan- más y más dolor, adentro y afuera de la misma cárcel. Por eso, aunque suene contraintuitivo para muchxs, pedir, reclamar más cárceles es reproducir y aumentar la situación actual.
☛☛ A ver. Alguna notas sobre el texto:
1. Lo primero que hay que decir es que puede haber reproche sin castigo, reproche sin prisión y reproche sin dolor.
2. La idea del reproche puede ser más civilizada que el retribucionismo del dolor y del castigo como justicia.
3. Quizás perdonar no es igual a dejar impune ningún hecho. Quizás el perdón puede llevarse de la mano con reprochar sin castigar y eso no implique olvidar. Reprocho dolo o culpa, pero no castigo con dolor. Perdono pero no olvido. Quizás reprochar sin castigar y perdonar después de reprochar (simbólica o fácticamente) pueda ser una vía de reconociliar esos planos para no caer en el retribucionismo del dolor, de la pena y del castigo inhumano que es la cárcel.
4. Sin duda, las cárceles generan y generarán -mientras sigan así o directamente sigan- más y más dolor, adentro y afuera de la misma cárcel. Por eso, aunque suene contraintuitivo para muchxs, pedir, reclamar más cárceles es reproducir y aumentar la situación actual.
Hola. No me sorprende la nota en LN. Es una discusión que tengo a menudo con un penalista amigo.
ResponderBorrarLa pena no debería estar justificada en que el autor hizo algo "malo", sino simplemente en que transgredió una norma jurídica que establece una consecuencia para una acción. Porqué tenemos esa norma jurídica y no otra, es otro cantar, y que debe ser justificada en razones públicas que todos podamos aceptar. La noción retribucionista no es concepción que todos los ciudadanos aceptemos como la correcta manera de enfrentar las ofensas morales. Lo que quiero es separar la idea de que el castigo penal sigue al delito moral. Este puente no existe, o más bien, no lo comparto, y por lo tanto, la justificación del castigo no debería vincularse a una concepción que no todos los ciudadanos aceptan como razonable. Ésta es la idea que expresa el siguiente párrafo casi al inicio de la nota.
"Desertor de los valores que sostienen el entramado social, el delincuente es aquel que transgrede la ley positiva históricamente situada. De allí que salvo condiciones excepcionales -guerras y revoluciones-, la protección ante la delincuencia es la intervención de la ley positiva en una dimensión moral que se puede calificar de universal: no provocar el sufrimiento del otro."
Muchas veces he cometido el error moral de provocar el sufrimiento ajeno, sin querer y a veces queriendo. No tiene nada que ver esto con la intervención de la ley positiva.
Saludos!
No creo que se pueda poner más en claro que en tu comentario, querido Cristián!
BorrarAhora, la teoría consensual de la pena no permite analizar otras variables como el azar y tantos, tantos, otros aspectos sociales y criminológicos de los delitos, no? Pero estoy de acuerdo en el corazón de tu comentario.
Abrazo y sigamos!
L.
BorrarEl único autor que conozco que diferencia «pena» o «sanción» de «castigo» es el criminólogo vasco, además sacerdote jesuita, fallecido hace unos años, Antonio Beristain Ipiña.
Señala que existen dos tipos de pena o sanción.
Una de ellas, que es la que denomina «castigo», es la pena meramente aflictiva, es decir, la que tiene por finalidad exclusiva o, al menos, primordial, provocar dolor y/o daño a quien la recibe.
Otra, es la pena que él denomina «repersonalizadora», que no es castigo, sino una acción, que es penosa para quien la recibe, pero que no procura meramente infligirle dolor o daño, sino posibilitarle la reparación del daño que su acto produjo.
Por otra parte, esta pena puede y debe ser reparativa. Como ejemplo, señala el trabajo comunitario o el trabajo en beneficio de la víctima.
Obviamente, la pena privativa de la libertad, que hoy puede considerarse obsoleta como medida de seguridad, ya que existen otros métodos posibles de aseguramiento eficaz (aunque hayan fracasado en la Argentina por haber sido muy mal implementados), y que ha fracasado manifiestamente como incentivo resocializador, es meramente una pena aflictiva, es decir, es castigo en la terminología beristense..
el llamado de Bersitain es a la abolición de los castigos (por ende, de la pena de encierro) pero a la revitalización de penas repersonalizadora, reparativas, bien controladas y tan dursas o extensas en el tiempo como fuera necesario para asegurar que no habrá impunidad ni lenidad, no tanto por razones retributivas pero sí por razones disuasivas.
Entonces, sí, llegaremos a la justicia sin castigo y es muy probable que esta forma de responder a la conducta delictiva dé resultados mucho mejores en prevenir futuros hechos delicitivos que lo que se está consiguiendo actualmente.
José Deym
Dr. en Psicología Social
jdeym@fibertel.com.ar
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
BorrarInteresante. Me alegra coincidir en lo obsoleto de la mera pena privativa y en lo demás.
BorrarGracias por la información, José. Salud para la península!
Lucas, no me queda muy claro lo que decís y me parece que un planteo como el que hacés llevaría, lamentablemente, a un recrudecimiento de la violencia, ante la falta de respuesta punitiva estatal. Aclaro, que en esto me enrolo con la idea de Ferrajoli de que, a falta de una respuesta estatal, sobre todo frente a ataques violentos, o bien el perjudicado o grupos afines habrán de tomarse venganza por cuenta propia. Me imagino la respuesta, que no hay evidencia empírica sobre ésto, que no ha sucedido en Argentina frente al terrorismo de Estado (arg. de Zafa, pero falso, los escraches a Astiz en los 90 eran una forma de justicia y los org de ddhh seguían insistiendo ante la justicia por castigo, pero me voy por las ramas...).
ResponderBorrarTe doy otro argumento (y no quiero críticas ad hominem!), en un texto de A. Schopenhauer, el autor hace referencia a que solo la violencia física puede obrar de manera inmediata, ya que ùnicamente ante ella los seres humanos, tal y como son por regla general, tienen respeto y se dejan impresionar. Si, para convencernos de esto mediante la experiencia, quisiéramos apartar por una vez toda compulsiòn y sólo ofrecerles de la manera más clara e insistente la razón, el derecho y la equidad, pero en contra de su interés, la impotencia de los poderes meramente morales sería espectacular y sólo recibiría la respuesta de una risa burlona" (Sobre teoría del derecho y política, ap. 127, en Parerga y Paralipòmena).
En el fondo el desacuerdo pasa por la concepción de la que partimos del género humano, vos tenés una mejor visión, yo, lamentablemente, no la tengo. Acá lo sigo, creo que era Madison, el que señalaba que, si los hombres fueran ángeles, los gobiernos no serían necesarios.
En esto vengo con otro clásico, Hobbes, en su Leviatán Cap 13, también de alguna manera se burla y chicanea a quienes parten de una visión bondadosa del género humano, al señalarles que, si así fuera, cada vez que se van a dormir, no cerrarían la puerta de su casa.
El punto que quiero señalar es, ciertos casos (estoy pensando en los cinco tipos que patearon la puerta de una flia en Florida), el reproche, de tipo moral, llevaría a esa risa burlona de la que habla Arthur y, muy probablemente, además de esos cinco, otros tantos más, pensarían en hacer exactamente lo mismo que ellos y hacerse de los bienes del vecino o violentando a quienes son físicamente más débiles (pensando en violaciones).
Tal vez el día gris me hace particularmente pesimista, pero la cosa es complicada... abrazo, José
Primero, tenés razón, mi concepción de las personas es muy optimista. Quizás demasiado. He llegado a esa conclusión. No sé qué razón tengo para ser optimista pero la tengo y debería replantearla, pero no creo que pase por ese lado, salvo que estemos de acuerdo con algún tipo de violencia y eso es lo que yo rechazaría.
BorrarO sea, la opción a una concepción optimista de las personas es construir desde el miedo, la violencia, el temor, la irracionalidad del dolor, y eso es lo que me lleva a decir aunque las personas no entiendan los reproches, vale la pena intentarlos, si después eso no funciona, bueno, aplicamos alguna medida de castigo, que tampoco tienen que ser las que conocemos hoy, no?
Por eso diría, que buscar el reproche y la justicia restaurativa, comunicataria o republicana (que son diferentes cosas) podría reducir la violencia, quizás imposible de eliminar.
En fin, gracias por el comentario. Me deja pensando che, sobre todo en las concepciones de las personas, porque eso se lleva a todos lados, obviamente. Abrazo José y buen finde!
(complejo debate y complejo punto de partida, ¡alta apuesta Mr.Blogger!)
ResponderBorrarComparto con Cristian, no todas las sociedades parten del mismo lugar ni aceptan ese cierto entramado social o las citadas "constantes naturales" (¿pueden Hobbes o Schopenhauer servir para interpretar la concepción de ilícito que, de haberla, tienen las tribus de melanesia?). La cita a la Biblia y a parámetros iusnaturalistas indican que estamos partiendo de cierta concepción de la cosa, o sea, que hay fuertes supuestos en este artículo, supuestos que no hacen más que servir de cimientos de todo lo demás. Supuestos con los cuales no todos acordamos. Por ello:
- la inversión del orden simbólico se produce más bien cuando, por ejemplo, se habla negativamente del "empoderamiento" de los "delincuentes" como si este fenómeno fuera perjudicial. El empowerment (que hoy se utiliza hasta en lingüística) nace como una cuestión de reivindicación por situaciones de inferioridad. En algún punto, el debate siempre da vuelta la tortilla (por ejemplo, el fallo en Texas donde se resuelve que la affirmative action es discriminatoria ¡contra los blancos!).
- "rehabilitar" nunca es "rebajar", todos, creo, merecen una segunda oportunidad.
- lo agnóstico está usado como inferior, ¿es mejor lo sacralizado?
- la pena no disuade, y ese es un problema de maduración social, psicológica y filosófica de todos. Los que conocemos la cárcel entendemos que cualquier lugar, casi cualquier lugar puede ser mejor para aprender algo, o para mostrar que el delito no es la única opción.
- en el ejemplo de Bogotá, lo que se mejoró no fueron las condiciones carcelarias de detención, sino el entramado social que podía llegar a prever la comisión de un delito, o controlar su adecuada denuncia y sanción.
- si muchos de los delitos generan circunstancias irreparables, ¿cuál es el sentido tan lógico de buscar una retribución? Generar más dolor no cura el dolor pasado. Y, sobre todo, ¿quién mide, y cómo, la amplitud de opciones que se tuvieron al momento de la comisión del delito? ¿qué graves consecuencias se desprenden del omnisciente principio de que somos todos libres (¿libres de qué?)?
- dudo gravemente que el estado sea un "Leviatán" que expropie la capacidad de venganza. Esa metáfora pudo haber llegado a funcionar en algún país hace más de cuatro siglos, pero considera que el estado tiene una voluntad lógica, homogénea y unívoca al actuar. Que no hay tinglados de corrupción, contradicciones normativas o intereses políticos (o económicos).
- el perdón crea impunidad, me atrevo a decir, en casos como las leyes de Obediencia Debida o Punto Final. Compárese estos fenómenos con los casos habituales de delincuencia que suelen ser penados (o los seres que comunmente son archivados como "procesados", sin condena).
- el entramado simbólico lo sufrimos (y, a veces, con suerte, lo construímos) día a día. Este constructivismo se opone a los dados que vienen con los axiomas de principio de la nota. El vaciamiento de los valores más elementales (¿cuáles serían éstos?) se da no solo en estos casos, sino cuando se coloca a tantos seres humanos en condición de no optar.
Coincido, sí, en que se necesita una "ferrea voluntad política" y una transformación del entramado social para resolver este tema tan complejo. Pero justamente todo ello requiere poder mirar al delito como un fenómeno complejo y social, y no al delincuente como un paria descendiente de Caín.
pd no estrictamente necesaria: la exaltación de la transgresión llevó, en muchos casos, a la gesta de diversas ramas de las mejores literaturas
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Fantástico comentario. Muy rico. Respuesta puntual. Bueno, yo digo, reproche y perdón, no perdón, porque el perdón genera impunidad, es verdad. Ahora, el reproche realizado, dada la oportunidad, entendido y procesado, podría permitir un posible perdón posterior. Nunca olvido, sino perdón. No lo digo para todos los casos, por supuesto. Pero sí para muchos tipos de acciones no extremas.
BorrarSalutiños, L
Depende de qué consideremos «perdón». Si fuera dejar el acto reprochable sin sanción, es obvio que caeríamos en la impunidad. Pero, también, si buscáramos el «castigo», tal como lo define Antonio Bersistain, es decir, como una sanción que procura exclusivamente o, al menos, primordialmente, producir dolor y/o daño a quien la recibe, caeríamos en la venganza. Tal vez venganza legal y hasta legítima, pero venganza al fin.
BorrarEntonces, cabe la pregunta ¿podríamos evitar tanto la venganza como la impunidad? Sí, podríamos.
Sería mediante la sanción repersonalizadora o reparativa, que beneficia tanto al ofensor como a la víctima. ¿A todo ofensor y a toda víctima? No. Solamente a ofensores arrepentidos y a víctimas no vengativas.
¿Y cómo sabríamos si un ofensor está verdaderamente arrepentido? No lo sabríamos y no deberíamos necesariamente saberlo. ¿Por qué? Porque deberíamos imponer sanciones suficientemente severas, aunque no estigmatizantes, que fueran más intolerables para los no arrepentidos que los castigos actuales, pero que para los arrepentidos fueran sentidas de un modo diferente. Por eso, el arrepentimiento sería algo del ofensor y no nuestro. Si estuviera arrepentido, toleraría la sanción mejor que el castigo actual. Si no estuviera arrepentido sufriria la sanción como un sustituto del castigo actual y le parecería más dura. Solo se necesitaría trabajar para encontrar tal tipo de sanciones, dosificando la duración de la sanción y/o la intensidad de lo requerido por ella, básicamente en forma de trabajos reparativos y/o comunitarios, en vez de recurrir simplemente al encierro pasivo e improductivo.
Por otra parte, si el producto del trabajo establecido por la sanción fuera destinado a indemnizar a las víctimas, aunque en el caso de delitos que producen daños irreversibles, tales como un homicidio, fuera sólo una forma de reparación simbólica, reivindicaríamos a las víctimas no vengativas mucho mejor que con la simple noticia de que ofensor está meramente sufriendo un arresto.
En cuanto a la sociedad en su conjunto, probablemente se beneficiaría con este tipo de sanciones, porque ellas obrarían como un incentivo al cambio de actitud seguramente más eficaz que la aplicación de los castigos actualmente en vigencia.
Estamos más o menos de acuerdo. La dificultad está en el universo de casos donde el arrepentimiento es difícil de observar claramente y en los que las víctimas tienen una actitud vindicativa.
BorrarSalut!
Lucas, acordate que en materia de ciencias sociales y políticas pùblicas, un error no es fecundo, y más en estas cuestiones donde puede morir mucha gente, con lo cual tu planteo acerca de probar y ver, que en una de esas sale bien, no me convence.
ResponderBorrarTu insistencia en un enfoque republicano soslaya la circunstancia de que mucho de los planteos que hacen esos pensadores son válidos en sociedades chicas y homogéneas, donde el reproche sí puede tener un sentido comunicativo muy fuerte. No es lo mismo en sociedades de masas y plurales (la idea es de Walzer).
No recuerdo si era Christie el que decía que en un futuro íbamos a ver las prisiones, como hoy vemos la institución de la esclavitud, avergonzándonos de que una cosa así hubiera existido en algún momento. Ojalá así sea, pero yo por ahora, soy bastante escéptico, sobre todo frente al delito puntual (hablando de delitos violentos), que demanda una respuesta en el corto plazo.
Es obvio que en el largo plazo, hay una variedad de políticas públicas que deben llevarse a cabo, que son más que dar el mejor cumplimiento a los DESC.
La cita de clásicos es por una cuestión de honestidad intelectual y como prevención frente a comentarios insultantes. Pero justamente los clásicos son eso, aquellos que trascienden las generaciones, por su agudeza en la percepción de rasgos permanentes en el hombre, con lo cual el argumento cronológico no resulta válido.
Ojo, y soy consciente que un escepticismo extremo niega todo tipo de progreso social y seguir pensando una mejora de la calidad de vida de la mayor cantidad de personas posibles (volviendo a la esclavitud, uno bien podría decir que siempre hubo amos y esclavos, que no tiene sentido abolirla, etc.).
Pero insisto con el diario de ayer, qué le decimos a la familia que le entraron a las patadas a su casa? El juez convoca a una audiencia, los sienta a todos, escucha las historias personales de los victimarios, el padecimiento de las víctimas etc. sin ninguna consecuencia, más que la búsqueda de un perdón a los ofendidos?
Esta gente (los victimarios) terminarán haciendo un cálculo estratégico, viendo que con un perdón está todo ok, pondrán cara de corderitos mojados, y ponéle la firma, mañana ellos y otros tantos salen a hacer lo mismo.
José
Es que lo entiendo y te juro soy empático a esa gente. Te lo juro. Lo soy. He conocido a esa gente y lo primero que hice es entender que no es mala fe, una naturaleza vindicativa sino el dolor y miedo lo que los mueve. Ahora yo quiero menos dolor y menos miedo, y eso vienen con menos cárceles y con nuevas formas de reproche penal o no penal. Por eso, habría que ver qué formas de justicia restaurativa y para qué tipo de penas pueden avanzar. Haremos un post sobre el tema más adelante.
ResponderBorrarPero para que sigamos discutiendo, yo te pregunto si vos no ves un peligro en mantener los niveles de violencia y miedo que alimentan el statu quo actual. Si incluso reducís la violencia y la hacés -ponele- más simbólica o retórica, eso sería mucho mejor (quizás un utilitarista diría que sí, pero a mi no me convence del todo para justificar reproches). Me gusta reducir violencia pero no aceptar "un poquito" porque "otra no hay".
Abrazooo,
L
Cualquier persona que haya visto lo que es una prisión advierte el hacinamiento, la mugre y la violencia propia de esa institución. Yo no me siento inclinado a una defensa irrestricta de la cárcel como tal.
ResponderBorrarMe parece que estamos de acuerdo en que cierta clase de hechos tienen que tener un reproche, no pueden pasar desapercibidos, tampoco reconocidos como inevitables por deficiencias socioeconómicas de quienes los llevan adelante (una suerte de determinismo social) y mucho menos premiados por ser un acto de transgresión hacia el orden imperante.
Pero así como advierto que yo quedo en una suerte de defensa del status quo, lo que vos marcas como una propuesta superadora, se queda en un nivel de abstracción tal, que es imposible poder aceptarla.
Acá voy a ser más duro, cierto nivel de violencia es ínsita en cualquier sociedad humana, tal vez desde que somos cada vez más en el mundo y nos peleamos por recursos escasos. Su limitación debería ser el objetivo pero tarde o temprano va a ser necesaria su utilización. Los modos y condiciones de ejercicio, han sido una constante en la discusión de la filosofía política desde los griegos hasta acá y eso me parece que es lo que hay que definir.
Vos parecería que negás la violencia como dato social, yo la reconozco, creo advertir sus riesgos. Mi gran temor es que una propuesta abolicionista como la tuya, permitiría el surgimiento de violencias sin control. En fin... abrazo, José
Es que los miedos de Ferrajoli son totalmente injustificadas y tremendistas.
ResponderBorrarNo niego ni la violencia ni el conflicto, pero si reducís la violencia y postulas formas de menor dolor me parece que tenés una situación no sólo más deseable sino también posible. Nadie habla de la abolición total. Vamos por parte. Si reducís la violencia y demostrás que hay opciones, seguro que no correrán ríos de sangre por la calle.
Salutes José, Sigamos
Lucas.
Lucas, aunque la discusión es más que interesante, te confieso que por razones ajenas a mí, la tengo que postergar, dado que he perdido objetividad en el tema, dado que un grupo de personas a las cuales no tengo el gusto de conocer, se han llevado no una sino dos de las ruedas de mi auto.
ResponderBorrarDivertidísimo volver a tu casa ya en horas de la mañana del domingo en un móvil del auxilio automotor!
Nada violento por suerte, pero hasta que el seguro se haga cargo de su reposiciòn, toda reflexiòn sobre el crimen, sus causas, las respuestas posibles, el sentido del reproche o la pena, se me hacen muy complicadas!! abrazo
Uffffff pero puchia!! Qué mala suerte!! No descartes que la companía de seguro no te investigue a vos ;-D
ResponderBorrarQue pase rápido el mal trago. Hay cosas peores. Un abrazo fuerte! L.
un pequeño aporte para abrir más caminos en la discusión: sobre lo que los seres humanos "esencialmente" son, propongo pensar que la personalidad humana está construida histórica y socialmente. no creo en características naturales de las personas, me parece que las formas en que nos fuimos organizando a lo largo de la historia humana (que incluyen, obviamente al sistema penal y sobretodo entendiendolo como parte funcional de todo un sistema) modelaron nuestro carácter, a la vez que reconozco el potencial transformador de ese carácter respecto de las formas de organización, que efectivamente fueron cambiando...la famosa dialéctica.
ResponderBorrarviendolo así, no se cierra la discusión en una dicotomía "porque unos tenemos una concepción optimista y otros pesimistas del ser humano", sino que comienza la gran tarea de identificar y explotar el potencial transformador (que sí creo que podemos permitirnos pensar como esencia humana) para cambiar a la vez las formas objetivas y subjetivas (acá entra "lo simbólico" de lo que se habló en algunos comentarios) de organización social.
esto lo propone Marx ya en -no recuerdo cual específicamente de- las tesis de feuerbach y tb se ve muy bien en "el miedo a la Libertad" de Erich Fromm.
saludos! sofía
(Otra vez contestando diálogos tardíamente. Más vale tarde que nunca). A veces "El miedo a la libertad" es también "Miedo a la razón" pero puede licuarse con un poco de razón y emoción conjunta. Al menos, para reducir lo irrazonable, no para construir un ideal, sino para reducir dolor, injusticia y violencia.
BorrarHoy no estoy muy utópico lo sé. De todas formas, más allá del pesimismo de la razón, uno no pierde el optimismo de la acción. Ahora sí (nuevas disculpas por no haber visto el mensaje) Salud!
y ya que estamos, mañana jueves hay una actividad muy interesante en el Salón Verde de la Facultad de Derecho, justamente sobre el tema que se plantea acá.
ResponderBorrarles dejo la data http://lamellaenderecho.files.wordpress.com/2013/05/cronoface.jpg
Chasgracias, anónimo! (Acabo de ver este comentario!) Salut!
BorrarLic. Marcos Ignacio Peralta Piriz. El grave problema que veo es el enfoque que se pretende dar a los sustitutivos de pena, en este caso particular "salidas transitorias para militar" le podría dar mas un sesgo populista que una vocación de reinserción social; la ofensa perpetrada a la sociedad debe conllevar reparación por parte del Estado y es esa misma sociedad la que haciéndose eco de la respuesta genere un justo equilibrio de tolerancia y certeza.- Tal vez suene algo ilusorio , pero lo veo como un fin deseado.
ResponderBorrarMarcos. Se entiende. Nadie quiere eso, sino reducir la violencia, acercar humanidad y no quebrar lazos sociales, ni estigmatizar. Al mismo tiempo, hay que reconducir la angustia, rencor y bronca de las víctimas apropiadamente, desde el Estado y desde diferentes espacios sociales.
BorrarSigamos y salud!
L