Hace un tiempo transcribimos algunos pasajes del gran libro de Andrés Rivera "La revolución es un sueño eterno", acá (o acá ya traspasado al archivo local). Ahora, cambiamos de registro y transcribo uno de los capítulos del imperdible libro -que ya es clásico- de Washington Cucurto "1810: La revolución de Mayo vivida por los negros". Si no conocen a Cucurto, su poesía, sus cuentos, sus libros. Bueno, se están perdiendo una faz bien genuina, barrial e ingeniosa, ácida, avivada y transfuga de la literatura reciente. Más info de Cucurto y de Eloísa Cartonera, su proyecto editorial, acá. Obviamente el registro es otro, bien diferente pero tan exquisito como divertido. Lean con sus propios ojos, si es que se lee con los ojos. Salut!
Sifones pátrios y el sol de Agosto - Saint Telm 2011 |
Ya la noche llegaba con sus pespuntes de colores, sus juegos artificiales, sus explosiones de cometas y asteriscos, sus locuras de conquista espacial. La luna blanqueadora de mi vida, novia prohibida de mi infancia, ¿te acordás de mí? Soy Pili, Pilito, Pileiyu, niño vendedor ambulante del Camino Negro, la Virgen de Itatí, Puente 12, Ingeniero Budge; Soy yo quien te escribe al final de esta novela, al final de esta sátira antipatriótica a principios del siglo XXX después de Cristo. Vos, Luna, que nos acompañaste desde el momento más terrible de nuestra iniciación, fuiste testigo de todas nuestras locuras, de nuestras inescrupulosas hazañas, de nuestras mentiras glorificadas en pos de la guerra, de nuestras revoluciones ideológicas en donde nadie piensa; vos luna, palo de la luz, pis de perro, donde un borracho escribe su poema; palo de la luz de mi barrio, palo de la luz que en un baile en Tucumán viste a mi padre y a mi madre jovencitos. Oh, luna, dorado instrumento donde nuestros fracasos se convierten en cuerdas.
Ya vos, ya ella, mi novia prohibida de mi infancia, la luna a miles de kilómetros de distancia, miraba asombrada, una vez más, el desastre que ese 25 de mayo llevaban a cabo un ejército y media docena de parias, ex revolucionarios, ex ideólogos, ex vecinos, ex todo; la derrota está próxima en el horizonte de papel crepé de la Primera Junta para nada libertadora.
Los soldados de Cucurtú -viendo que no podían abrir las puertas del Cabildo y recibían de sus morados internos, que no se encontraban parapetados, piedrazos, ollazos de agua hirviente, tiros- decidieron incendiar el Cabildo, ¡Otra vez más!
Nahuelito, lugarteniente de Cucurtú, dijo:
- Muchachos, esperen que así no vamos a ningún lado.
- ¿Y qué hacemos con estos traidores? - dijo Chilavercito, otro líder del ejercito.
- Hay que echarles humo, así salen asfixiados.
- Usemos la cabeza.
- Me parece que este Cabildo es un prostíbulo... -dijo el argentino.
- Argentino, vos solamente usás la cabeza... de tu poronga- le dijo Nahuelito.
- Trepen encima de las tejas y mándele antorchas al interior -le dijo Nahuelito.
- Trepen encima de las Tejas y mándele antorchas al interior, así van a salir.
En el interior del Dobilca, los hermanitos Moreno, Alberti, Castelli y toda la cream mojaban trapos y se los ponían en la boca para poder respirar por el humo. Fumaban mucha hierba mágica y provocaban a lo loco.
- ¡Si son machos, por qué no entran, cagones! - gritó Alberti.
- ¡Sí, Cucurtú, vení a sacarnos vos mismo, si sos macho! ¿O sos un traidor realista atolondrado? - gritó Castelli, inspirado con ello, sin saberlo, una nueva corriente literaria que haría estragos en América y Europa doscientos años después.
- ¡Ahora tenés miedo, maricón..!
- Si tenés huevos, entrá, mariconazo....
Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Belgrano incendiaba el puerto, la Alcaldía, la Plaza Mayor, la South Company, degollaba al viejo virrey Cisneros y al futuro virrey Liniers. Incendió el barco carbonero san martiniano tan propio, con la duda de saber si San Martín estaría todavía dentro de él.
¿Estaría, ahí adentro, el gran Liberatador, el hermano ilustre de todos los indios americanos? ¿Terminaría de esta manera, en esta novela, sin un chaucito, el protagonista principal de la América de Indias? ¿El extraordinario Señor Topu terminaría finalmente a oscuras, muerto, ahogado, en un barco carbonero? ¿Y yo? ¿Y ustedes? Y el maldito lector manducador de hamburguesas en Mac Donalds, ¿no moverá un dedo y lo exigirá todo? ¿El autor es el esclavo del lector? ¿Es el lector el gran tirano, el parásito de la cultura nacional? ¿Nadie va a hacer nada? ¿Nadie va a tirarle un pedazo de soga, una palabra de aliento, nadie va a echarle una mano al maestro ilustre? ¿Vamos a dejar que nuestro héroe personaje se nos muera sin ton ni son?
- Si es así, perfecto, mato dos pájaros de un tiro- pensó para sus adentros Belgrano.
Su lugarteniente, Clodoaldo Maripili dijo:
- Es posible que esté dentro del barco y el barco se incendia en medio del Río de la Plata. ¡Hay que hacer algo! ¡Belgrano, hagamos algo!
- No hay nada que hacer, Clodoaldo, la historia ya está sellada, dejemos que el barco se hunda.
Clodoaldo, que no sabía nadar, se arrodilló en el empedrado del muello y se largó a llorar. "¡San Martín, amor de mi vido! ¡Amor mío!" Se saco las botas y corrió hacia la boca de tigre que son los remolinos de agua del río y se lanzó, desapareciendo entre la muchedumbre de burbujas. Glub, glub, glub, el agua se comió su figura de mulato, enamorado de la revolución; ahora sí, que la verdad sea dicha de una buena vez: una revolución blanca, carnera e imposible.
Fue entonces que apareció, en el horizonte, venido de la batalla del Cabildo, de la nada, Ernestito Cucurtú San Martín, y saltó con su caballo del río, el caballo nadó nadó, pero al final, fiel, cayó, y Cucurtú siguió nadando hasta llegar al barco que ya desaparecía entre sus propios bultos.
En su interior encontró durmiendo en su cama al General, a punto de morir, entonces Cucurtú se le pegó y le dijo:
- Papá, la revolución se concretó.
San Martín abrió los ojos y lo último que vio antes de morir fueron los ojos de su hijo.
Le sonrió con una mirada fría, mientras el barco se incendiaba y se hundía en las aguas negras del Río de la Plata.
Un segundo antes se oyó un feroz estampido: el Cabildo había explotado en mil pedazos, matando a la Primera Junta y a los soldados rebeldes de Belgrano y Curcutú. ¿Los motivos? Son imposibles de establecer.
Cucurtú, el hijo, se acercó a la cama donde muribundo el padre. Le acarició la frente y le dio un beso profundo y ambos se hundieron ante la mirada lacustre de todos los pejerreyes y sábales del río.
"-¿Hechos?... Insignificancias, naderías: gestos indavertidos para los más; la vida instantánea de una línea que se contrae, de unos ojos que brillan, de unos labios que se pliegan; el significado fugaz de una frase que se pierde. Pero hechos, gestos y expresiones que, agrupados en su lógica y natural expresión, constituyen e integran una mueca pavorosa y grotesca a la vez de una raza... ¡De una raza iredenta!... -Apuró un nuevo vaso de vino, hizo una larga pausa y prosiguió-: Me preguntará que por qué sigo entonces en la revolución. La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca rrebatada por el vendaval..."
ResponderBorrarLos de abajo, Mariano Azuela
(creo que el iris es el que menos participa en la lectura)
Leí Rulfo, pero nunca leí Azuela. Vamos a buscarlo.
ResponderBorrarGracias por la cita en sintonía.
Salutes y sigamos,
L.
warning: Azuela es más crudo y menos chistosón, es la pura definición de la acción in media res (casi todos los cuadros arrancan a medio camino de los eventos). Y yo nunca había leído a Cucurto!!!
ResponderBorrarGracias por la warning! Estaremos atentos, obviamente y ya pronto veremos si subimos algo por acá, lectura mediante! Salut y sigamos,
ResponderBorrarLucas.