sábado, 4 de febrero de 2012

John Zorn: Primer Round



Fui con mi gran amigo Guido H. a ver al grandísimo, enormísimo John Zorn y su maratón de amigos y él escribió su reseña, como gran escritor que es, no sólo más rápido sino con su estilo único, acá en la web de la gran revista Los Inrockuptibles.

La nota tiene la peculiariedad de tener un extracto de mis -supuestas- notas. Escribiremos nuestra reseña con las notas de Guido y ya verán.... 



  
Hicimos la cola con los groupies de John Zorncuatro cincuentones de sobretodo largo y Reebok blancas para salir a correr.  Mi amigo (temeroso como todo fan) se había tomado muy en serio la indicación telefónica de llegar una hora antes del show: era 21 de enero a las siete en punto y hacía un frío importante en la puerta de The Stone, el “venue” neoyorkino donde Zorn hace desfilar de martes a domingo a la crèmede la avant-garde post-jazzera, en la ciudad que vio nacer al jazz hace tan poco…
Cada mes, según parece, Zorn organiza un Monthly Rent Party y se presenta él mismo para justificar los veinticinco dólares (en lugar de los diez habituales) con los que nos invita a ayudarlo con el alquiler. “One long set beginning at 8pm sharp and continues to 9.30! Only 75 people will be admitted so arrive early!” (Un set largo que empezará a las 20 en punto y que continuará hasta las 21.30. Sólo setenta y cinco personas serán admitidas, ¡así que lleguen temprano!) . Pero la John Zorn Improv Marathon es, sin embargo, menos atlética de lo que sugieren su nombre y las zapatillas de sus habitués. Cuando empezamos a entrar, media hora después, no hay más de cinco o seis nuevos viejos en la cola. Ya sentados aparecen otros cuarenta o cincuenta con una onda máshipster, menos canas, hay incluso otros treintañeros; pero el lugar no se llena.
(John Zorn, en diciembre, junto a Thurston Moore)

Zorn revolotea dando indicaciones en unos pantalones camuflados bastante anchos que, según mi amigo, son su uniforme reglamentario. Calza algo como unas alpargatas 2.0, me imagino que igualmente para minimizar el impacto represivo de la convención social de vestirse, que amenaza tanto la libertad creativa como todas las otras. De no ser por la ley y el frío (en The Stone no hay calefacción), uno intuye que tocaría en pelotas; aunque esto no es más que una especulación. El pelo, con todo, parece limpio. Los cincuenta y siete años que le adjudica Wikipedia, si los tiene, los lleva muy bien. La troupe de improvisadores va enchufando pedales y ubicando instrumentos y cada uno, a medida que llega, corre un poco lo que acomodó el anterior, de modo que al final el escenario es un campo minado de cables y cosas. A la derecha hay una puerta que trae luz y charla desde el sótano, donde todo hace intuir que -si es que no tienen otros setenta y cinco espectadores, como llego a sospechar por la manera en que rotan- los músicos en descanso bajan a fumar porro. Aunque esto también es una especulación. 
Tan anti-anfitrión es Zorn que empieza el show antes de las ocho, sin más expediente que sentarse con su impulsividad habitual y acercar el micrófono. Su saxo es opaco y algo geométrico; el aspecto es un poco tosco, más arma de guerra que cumbre de la sofisticación del instrumento europeo. Lo acompañan una guitarrista con look nerd y la japonesa Ikue Mori, que va a disparar sonidos desde una Mac.
En este punto conviene que el lector le dé play al video: se trata de una improvisación anterior, pero que da una idea bastante exacta. El piano lo opera Anthony Coleman.

En la Rent Party de enero, casi todas las improvisaciones fueron de a tres, reaprovechando a los músicos siempre en nuevas combinaciones; esto me hizo sospechar que me encontraba frente a uno de esos experimentos musicales de vieja vanguardia, salvo que aquí no se combinaba aleatoriamente las notas sino los músicos. Y puede que algo de eso haya: Zorn y su troupe son caballeros del caos. Manejan un equilibrio muy cuidado entre delicadeza y explosión; incluso cuando el pianista está inclinado sobre el piano raspando las cuerdas con una moneda de veinticinco centavos. Porque se diría que lo que hacen con los instrumentos, más que tocarlos, es sacarles sonido: cuanto menos harmoniosos y más ajenos a la lógica “tradicional” del instrumento, mejor. Cada músico sube a su turno a hacer “su gracia”. Sube a mostrar su manera muy particular de tratar el instrumento, su sonido, su sello; y en las distintas combinaciones de músicos la combinación de sonidos da otro resultado, que es siempre igual y siempre nuevo y diferente.
La experiencia, en mi opinión, es más interesante que entretenida; pero Zorn y sus músicos pueden ser también un campo fecundo para la reflexión filosófica, como le ocurrió a mi amigo, que me dejó ofrecer acá un extracto de sus notas:
Acá la cultura ha dejado un largo camino atrás cualquier sustrato antropológico -escribió frenéticamente durante el concierto-. Eso ya tiene otra función: es otro goce. Un goce represivo, perverso… el deseo goza en su insatisfacción. Más: ¡en su humillación!”.
¡Es la felicidad de crear de la nada, sin seguir una sola ley musical! Sería como balbucear para no tener que tolerar la imposición del consenso social de las palabras… Estos tipos se imaginan que no les habla nadie. Lo que Zorn hace con el saxo es verdaderamente preverbal…”.
Suben siempre de a tres. Debe ser algo medio místico…
Y en el margen, misteriosamente, escribió:
Son un poco como los X-Men…”.
Guido Herzovich
(John Zorn se presentará, con su banda Masada, el 15 de marzo en el Teatro Coliseo).

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