martes, 11 de septiembre de 2012

Aclaraciones habermasianas a las reglas del discutir


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Especialmente después de cruzada la barrera simbólica de los 100 posts podemos aprovechar para repasar algunas reglas del juego que jugamos, de lo que habitualmente hacemos por aquí: debatir, dialogar, deliberar, intercambiar ideas, puntos de vista, disentir, discutir, etcétera. Ahora, ¿Qué reglas implícitas aceptamos cuando entramos en una discusión? Intentaremos presentar una aproximación habermasiana a la cuestión.

Desde esta perspectiva se piensa que aceptamos cierta ética mini-universalista al discutir. Una ética propia del mundo social, no metafísica sino emergente de una práctica que realizamos tanto en nuestra esfera privada como en la pública. La práctica de tomar a nuestro entorno social como susceptible de entender e intercambiar razones con el fin de comunicar, entender y comprender, o sea, esta ética es con-natural a la práctica de la comunicación y discusión (una práctica social del también muy habermasiano "mundo de la vida"). Aquel que argumenta contra la discusión realiza una contradicción performativa (niega su propio actuar, por ejemplo, al decir "dar razones no sirve para nada, por tal o cual razón" etcétera). Así, la justificación de la práctica de discutir que realiza Habermas, "quiere evitar la remisión, tradicional en filosofía moral, a la conciencia, al fuero interno, y apoyarse en las formaciones intersubjetivas, consiste en explicitar los presupuestos de naturaleza ética que siempre están presentes en la práctica cotidiana, en las circunstancias de los actos de palabra y en la argumentación."

Entonces, ¿Cómo se justifica su ética? Se "parte del hecho de que quien se mete en una discusión (aun el que es escéptico en el campo de la práctica" de discutir "o el cínico partidario de la violencia) ya está comprometido con el elemento moral, en la medida, al considerar válida una pretensión propia, apunta necesariamente al acuerdo: desde el momento que habla, el participante no puede no suponer el consenso como fundamento de la legitimidad de la relación entre las personas, aunque fuera para despreciarlo oficialmente".

"Desde luego, se puede decir que la participación consecuente en una argumentación ejerce una coacción sobre todo el campo de acción de un agente que se vincula, inmediatamente o no, con su objeto. Finalmente, el que discute (aun el relativista) es sin embargo universalista: por ejemplo, en el nivel más simple, porque la discusión supone idealmente valores, tales como el carácter respetable de las personas suceptibles de intervenir en ella y de sus intereses, su igualdad de principio, la exclusión de la violencia en favor de la reciprocidad, etc. - valores que no pueden dejar de ser realmente experimentados, aun intuitivamente, como fuentes de obligaciones específicas-".

"Pero sobre todo, en la medida en que el participante en una discusión debe admitir implícitamente que la verdad de un enunciado, pero también la validez de una norma, son suceptibles de ser fundamentadas racionalmente por la misma discusión, se puede decir que ha admitido también que existe un fin mínimo de la voluntad, al que se puede conferir incondicionalmente una fuerza de obligación: la exigencia, precisamente, de hacer que una norma de acción pueda ser reconocida como válida por cada uno en una discusión sin coacciones".

Por lo tanto, si pensás que lo transcripto es discutible, estamos de acuerdo. Estás adentro.

Extractos del libro de Stéphane Haber - Habermas y la sociología, Nueva Visión, 1999. (Habermas et la sociologie, Presses Universitaires de France, 1998).
Original: Acá (11/11/2007).

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